We are spirit bound to this flesh
We go round one foot nailed down
But bound to reach out and beyond this flesh
Become Pneuma
We are will and wonder
Bound to recall, remember
We are born of one breath, one word
We are all one spark, sun becoming
— Tool
Como hemos visto en las entregas anteriores, la principal motivación de la izquierda es el poder. La izquierda vive para el poder, y gran parte de esa obsesión está fundada en un conjunto de inclinaciones metafísicas. Como dijo Hobbes, los hombres actúan a partir de sus opiniones, y, si bien las personas de acercan a la izquierda por diversos motivos — desde cierto idealismo altruista hasta el puro resentimiento — creo que en su nivel más profundo el principal motor de la izquierda es el gnosticismo.
Por supuesto, el gnosticismo es demasiado amplio y complejo — además de mayormente irrelevante para nuestros propósitos — como para abarcarlo en un único ensayo. Hay abundante material en internet para quien esté interesado en un análisis histórico y filosófico exhaustivo.
En esta ocasión, sólo nos interesan los conceptos fundamentales, y en particular aquellos que han inspirado a la izquierda a tomar acción en el mundo real. Por suerte, ese trabajo ya está hecho: nos vamos a basar en Ciencia, Política y Gnosticismo de Eric Voegelin, publicado en 1968. No tengo la versión en castellano, pero iré traduciendo lo necesario. No puedo expresar en palabras lo mucho que lo recomiendo.
Ahora bien, como Voegelin murió hace unas cuantas décadas, no llegó a ver en todo su esplendor las bendiciones modernas del gnosticismo, por lo que complementaremos su obra con ejemplos de sus fechorías más recientes, dándonos una noción bastante decente de todo el asunto.
Más allá de todas sus variaciones y sus diferentes expresiones simbólicas, el elemento central del gnosticismo es la concepción del mundo como un lugar ajeno al que el hombre es arrojado, siendo su deber encontrar el camino de regreso al otro mundo — el que es suyo. En otras palabras, el hombre gnóstico no contempla con admiración el orden del universo, sino que lo percibe como una prisión de la que debe escapar.
Para el gnóstico, la salvación llega en la forma de gnosis — “conocimiento” en griego. Para los antiguos gnósticos, la gnosis se lograba a través de la ayuda del Dios verdadero, oculto detrás del Dios maligno o “demiurgo” de este mundo— arquitecto de la cárcel a la que el alma es arrojada.
Su variante moderna y atea, más allá de algunas obvias diferencias, es bastante parecida: la gnosis consiste en el pasaje de la alienación a la conciencia; de la opresión a la liberación; del hombre viejo al hombre nuevo. Al no haber un Dios verdadero a quien acudir, es el propio hombre quien debe encontrar la salida derribando los muros de la prisión, finalmente encontrándose a sí mismo como un dios.
En el marxismo clásico, por ejemplo, la prisión es obra del poder demiúrgico de la burguesía, que a través de la religión y el control de los medios de producción ejerce una cierta hipnosis sobre el proletariado. Por lo tanto, es el hombre el que debe, siguiendo la receta de un “profeta” poseedor de la gnosis, tomar conciencia de sí mismo, rompiendo sus cadenas y convirtiéndose en un hombre nuevo — el hombre socialista.
Actualmente, las nuevas corrientes del marxismo hablan de una prisión “interseccional” montada a partir de múltiples estructuras de dominación basadas en la raza, el sexo, el género, el aspecto físico o la religión. La gnosis en este caso consiste en estar “despierto” (woke) y ser capaz de percibirlas, combatirlas y en última instancia abolirlas.
Para el gnóstico moderno — que no espera una liberación después de la muerte — el objetivo es la destrucción del mundo actual para dar lugar a uno nuevo, el Paraíso en la Tierra, un concepto del que ya hemos hablado. Y la forma en la que el gnóstico construye su nueva realidad es mediante sistemas filosóficos, como el comunismo, la teoría de la justicia social de Rawls, o el positivismo de Comte.
Ahora bien, todo sistema es una imagen en baja resolución del universo, y uno debe por lo tanto ignorar ciertas cuestiones de la realidad para hacer que funcione, al menos en teoría. Por eso los gnósticos abordan las objeciones a sus especulaciones con la más tajante intolerancia, cortando de raíz todo tipo de cuestionamiento. Eso, según Voegelin, ocurre porque el gnóstico sabe en algún rincón de su conciencia que su sistema es una estafa.
Según explica el autor, el gnóstico crea su sistema como cuestionamiento a una realidad percibida como injusta, y de a poco va desarrollando una especie de truco retórico mediante el cual el sistema pasa a convertirse en la realidad, y la realidad en un cuestionamiento del cual el sistema debe ser resguardado. La opinión (doxa) pasa a ser ciencia (episteme), y la ciencia propiamente entendida es proscripta por anti-científica. Por dar solo un ejemplo, todos hemos oído hablar del infalible “consenso de la comunidad científica” respecto al cambio climático.
Volviendo a Marx, el hombre le debe su existencia al hombre, y la Historia es el hombre creándose a sí mismo. Ahora bien, ante la pregunta acerca del origen del hombre — es decir, si el hombre crea al hombre, ¿quién creó al primer hombre? — Marx responde en Manuscritos Filosóficos y Económicos (1844):
Tu pregunta misma es un producto de la abstracción. Pregúntate cómo has llegado a esa pregunta: pregúntate si tu pregunta no proviene de un punto de vista al que no puedo responder porque es absurdo. Pregúntate si ese progreso existe cómo tal para un pensamiento racional. Cuando preguntas por la creación del hombre y de la naturaleza haces abstracción del hombre y de la naturaleza. Los supones como no existentes y quieres que te los pruebe como existentes. Ahora te digo, prescinde de tu abstracción y así prescindirás de tu pregunta.
Para explicar esto, Voegelin habla de tres etapas psicológicas por las que pasa el “gnóstico especulativo”, categoría a la que Marx pertenece.
En la superficie existe el engaño en sí mismo — el modelo de la realidad creado por el pensador — que también es auto-engaño si su propio ideólogo lo cree.
En un segundo nivel, el pensador es consciente del engaño pero, motivado por su voluntad de poder, decide persistir en él.
Finalmente, la motivación subyacente termina revelándose como una rebelión contra el orden natural — contra Dios — momento en el que la estafa se transforma en mendacidad demoníaca.
En resumidas cuentas, el gnóstico se rebela porque, como Lucifer, quiere gobernar — quiere ser como Dios.
Marx revela esto último en su tesis doctoral, publicada en 1841:
La filosofía no oculta esto. La profesión de fe de Prometeo: “en una palabra, ¡yo odio a todos los dioses!” es la suya propia, su propio juicio contra todas las deidades celestiales y terrestres que no reconocen a la conciencia humana como la divinidad suprema.
A continuación, Voegelin dirige nuestra atención a las tres etapas de la estafa intelectual de Marx.
En primer lugar, la cita fuera de su contexto, que es la obra Prometeo Encadenado, de Esquilo. A las palabras de Prometeo, Hermes responde “comprendo que deliras de una enfermedad maligna”.
Segundo, la persistencia en el engaño, si tenemos en cuenta que Marx probablemente conocía la obra, y la intención de Esquilo de mostrar el odio a los dioses como una patología.
Tercero, la persistencia demoníaca en la rebelión contra Dios — que bien puede ser tomada como la rebelión contra el orden natural si se prefiere algo más secular — fundada en la libido dominandi, o voluntad de poder.
Voegelin remarca que, si bien la rebelión contra el orden del cosmos y el odio hacia los dioses ya existía en la mitología griega, no fue hasta la llegada de los gnósticos que se produjo la “inversión del símbolo”, cuando Prometeo, así como Caín, Eva y la serpiente en el cristianismo — originalmente entendidos como equivocados, locos y consecuentemente castigados— pasan a convertirse en símbolos de la liberación de la prisión del dios tiránico de este mundo.
La filosofía misma, además, pasa por una transformación. Ya no se trata de entender el orden del universo como para Platón, sino que el gnóstico busca separarse de él, removiéndose a sí mismo de la realidad, y siendo la filosofía el instrumento para su salvación.
Esta reinterpretación de la filosofía, según Voegelin, comienza con Hegel, quien busca deshacerse de la idea del amor al conocimiento (philosophia, o Liebe zum Wissen) para pasar al conocimiento mismo (gnosis, o wirkliches Wissen). Voegelin remarca cómo en un astuto subterfugio Hegel evita usar el griego, optando por el alemán para que la trampa no sea tan obvia.
Para Hegel, la filosofía es un proceso a través del cual se llega al conocimiento, según la noción de historia como progreso — el paso de la oscuridad a la luz, de la agnoia a la gnosis, si se quiere — muy presente en el Siglo XVIII.
En cambio, para Platón “el que sabe” (sophos) es sólo Dios. El hombre puede ser un “amante del conocimiento” (philosophos) — mas nunca alcanzarlo — y en consecuencia un “amante de Dios” (teosophos). Todo pensador que intente alcanzar el conocimiento, dice Voegelin, está abandonando la filosofía para convertirse en un gnóstico:
La filosofía brota del amor al ser; es el esfuerzo amoroso del hombre por percibir el orden del ser y sintonizarse con él. La Gnosis desea el dominio sobre el ser; para tomar el control del ser el gnóstico construye su sistema. La construcción de sistemas es una forma de razonamiento gnóstico, no filosófico.
Para el gnóstico, en el choque entre la realidad y su sistema, es la realidad la que debe ceder. El orden del ser — es decir, el universo tal cual es — es defectuoso e injusto, y por lo tanto debe ser tirado abajo, reemplazándolo por un orden perfecto y justo a través del poder creativo del hombre.
Acá está la cuestión del asunto, porque el orden del cosmos — instituido por Dios o como uno quiera entenderlo — está más allá del control humano. La “esencia” está más allá del alcance de la “existencia”. Por lo tanto, para que el gnóstico pueda hacer funcionar su sistema, tiene que reinterpretar la realidad poniéndola bajo el dominio del hombre — es decir, el orden ya no es algo dentro de lo cual existe el hombre, sino que el hombre se sitúa por encima de él, transformándolo. Esto, según Voegelin, es lo que simboliza el asesinato de Dios.
De hecho, el gnóstico presenta a Dios mismo como una creación humana — creación que debe ser eliminada por poner límites al poder creativo del hombre, impidiéndolo de ejercer su influencia sobre el orden del ser. En pocas palabras, muerto Dios, es el hombre — el nuevo hombre, el superhombre — el que debe asumir el rol de dios.
Sin embargo, advierte Voegelin:
El hombre no puede transformarse en superhombre; el intento de crear un superhombre es un intento de asesinar al hombre. Históricamente, el asesinato de Dios no es seguido por el superhombre, sino por el asesinato del hombre: al deicidio de los teóricos gnósticos le sigue el homicidio de los revolucionarios.
O sea, si la prisión del mundo debe ser destruida por injusta e imperfecta, quienes protegen la prisión son enemigos del hombre.
Ahora bien, ¿cómo se interpreta esto en pleno current year? La mayoría de ustedes ya se habrá dado cuenta porque es tan evidente que prácticamente no requiere esfuerzo. Sin embargo, vamos a ilustrar bien el punto y hablar de la creación gnóstica por excelencia — el individuo “transgénero”.
Voegelin, que no tuvo el agrado de ver hombres embarazados ni bloqueadores de pubertad, enumera seis aspectos de la actitud gnóstica:
La insatisfacción acerca de la propia situación.
La creencia de que el problema está en la mala organización del mundo. Si hay una disonancia entre el mundo y el sujeto, no es el sujeto el que debe adaptarse al mundo, sino al revés.
La creencia de que la salvación de la maldad del mundo es posible.
La creencia en la evolución — Progreso — de un mundo imperfecto a uno perfecto como un devenir histórico. Esto es ni más ni menos que la perspectiva Whig de la Historia que hemos mencionado en las publicaciones anteriores.
La creencia de que el cambio depende de la acción humana, teniendo en cuenta que la Historia, como dijo Marx, es el hombre haciéndose a sí mismo.
La búsqueda de una fórmula para la salvación propia y del mundo. Esta es la gnosis.
Vayamos punto por punto y veamos cómo se refleja la actitud gnóstica en la idea del “transgénero”. Este es un tema fascinante porque, como pocas construcciones gnósticas, implica transformar el propio cuerpo en un monumento a la rebelión contra el orden natural.
(Además, el “transgénero” significa un paso importante hacia el transhumanismo, que es la liberación del “individuo puro” de todo tipo de identidad colectiva, incluyendo su condición humana. El transhumanismo es el destino último del gnosticismo.)
Primero, de más está decir que el individuo “trans” está insatisfecho con su condición, padeciendo una supuesta “disforia de género”. Su cuerpo, efectivamente, es una prisión de la que siente que debe escapar de alguna manera.
Obviamente, la actitud gnóstica dicta que el individuo no es el problema. No es el sujeto “trans” el que debe corregir su “disforia” siendo consciente de su propia naturaleza — aceptándose como es — sino que es el mundo imperfecto el que debe reconfigurarse en torno a su auto-percepción.
Luego, el individuo “trans” cree que existe una forma de escape — una forma de llegar a su yo verdadero — a través de terapia psicológica, hormonal y finalmente cirugía. Según Wikipedia:
La cirugía de reasignación de sexo es un término que se refiere a los procedimientos quirúrgicos mediante los cuales se modifican los genitales por nacimiento de una persona para que su apariencia sea como los del género con el que el paciente se identifica, esta cirugía suele realizarse a personas transgénero que optan a ella como parte de su confirmación de sexo
Nótese que esto no tiene que ver con curar nada, sino mutilar el cuerpo para acomodarlo a una fantasía producto de un desorden mental. Es subordinar el orden del ser a la voluntad humana.
Además, el “trans” suscribe a la teoría de la historia como el progreso de un mundo regido por represiones arcaicas hacia un mundo mejor en el que, entre otras cosas, el género y la biología van por caminos separados.
También cree que el paso de la cautividad a la libertad es producto de la acción humana, tanto a través de la ideología de género —inculcada a cada vez más personas desde edades cada vez más tempranas — como del avance tecnológico que permita mejores tratamientos. Esto, llevado a cabo por un Estado omnipresente, constituye la fórmula para la salvación humana.
Vamos con otro ejemplo rápido: el activismo gordo. Como el “trans”, el “gordo político” ve su propio cuerpo como una prisión, por ejemplo viendo que no lo tratan como a las personas con peso normal. Sin embargo, no siente que sea él quien deba adelgazar, sino que es el mundo el que debe cambiar para él — ya sea con asientos más amplios en los aviones, leyes de talles, o cambiando la mentalidad en la población mundial acerca de los estándares de belleza. El gordo cree que a través del activismo y la legislación el mundo dejará de ser “gordofóbico” y comenzará a aceptar los cuerpos “no hegemónicos” y el “health at every size”. El hecho de que la obesidad esté asociada a todo tipo de patologías es convenientemente barrido bajo la alfombra.
Ahora bien, como dice Voegelin, no está dentro de la habilidad humana cambiar la constitución del cosmos. A lo sumo, el gnóstico puede montar una ilusión más o menos convincente, pero la realidad sigue estando fuera del alcance de su alquimia.
Por ejemplo, el “transgénero” como concepto es tan contradictorio, tan absurdo, tan ilógico que la única forma de sostenerlo es a través de la supresión total de cualquier tipo de cuestionamiento, en general mediante leyes contra el “discurso de odio”. Hasta la misma definición de mujer ha debido ser sacrificada en el altar de esta aberración.
La persona “trans” debe vivir en una burbuja de validación constante, donde le recuerden a cada momento que lo que está haciendo es lo correcto, que es maravilloso y valiente, como si su entorno intentara ahogar la voz de su conciencia con un coro de halagos — como si supieran que esa es la única manera de evitar que la mentira colapse.
Desde que el sujeto toma conciencia de su propia condición de “transgénero” — idea generalmente implantada por alguien — su vida se vuelve una búsqueda interminable de consuelo. Primero, la aceptación de sus padres y amigos. Luego las hormonas. Por último, el Santo Grial: la cirugía.
La vaginoplastia en sí es tan abominable que no quiero entrar en detalles, pero es demasiado grave como para ignorarla.
En “mujeres trans”, la cirugía consiste en construir una vagina que es ni más ni menos que un agujero. Una herida, que como tal tiende a cerrarse por la propia naturaleza del organismo, y que debe mantenerse abierta manualmente a través de “dilataciones vaginales”:
Las dilataciones vaginales son una parte muy importante de su proceso de recuperación después de la vaginoplastia. Las dilataciones mantienen la vagina abierta evitando la estenosis vaginal, un proceso en el que las paredes vaginales se cicatrizan y se contraen. La nueva vagina tiene tendencia a cerrarse porque la reacción del cuerpo a cualquier procedimiento es cicatrizar y tratar de curarse a sí mismo, aunque en esta situación este proceso de “curación” es contraproducente.
Aquí se pone de manifiesto la inversión luciferina del gnosticismo: el “tratamiento” consiste literalmente en evitar que el cuerpo se cure; en mantenerlo artificialmente lacerado mediante la inserción de objetos cilíndricos en la herida. Y a esto — tomar un cuerpo sano y mutilarlo y enfermarlo de por vida — se le llama “salud”.
El caso de los “hombres trans” no es menos grotesco. El “neopene” se construye utilizando tejido de los brazos o de las piernas, no sólo dejando una cicatriz horrible en el “miembro donante”, sino que el resultado rara vez es satisfactorio: según un estudio, la tasa de complicaciones es del 76%, mientras que el 56% de los “pacientes” reportaron resultados funcionales, y sólo el 6% se encontraron estéticamente satisfechos.
El siguiente fragmento es de una nota de la periodista Gabriel Mac, que relata su experiencia con la faloplastia. Preparen su estómago:
El quinto día del alta, me desperté con un charco de sangre de seis pulgadas cuadradas que se filtraba a través de tres capas de vendajes del sitio donante (“Bien, nada inusual”, respondió el texto [del médico]), que durante la cirugía había sido cubierto con una fina capa de piel rasurada de mi otro muslo con un instrumento como una rebanadora de queso motorizada, luego colocada y suturada en los bordes alrededor del músculo expuesto del orificio donante. El día siete, la sangre empapó dos capas adicionales de vendajes y otra de gasa. ("Se ve bien", dijo el médico cuando le pedí a mi amigo que me llevara de emergencia a la ciudad.) Todas las mañanas me levantaba, después de tratar de dormir completamente quieta boca arriba con el pene apoyado y las caderas y las piernas quemándome del dolor, y cojeé con la ayuda de un bastón hasta el inodoro, donde usé una mano para mantener mi pene nivelado y la otra para alcanzar el fregadero y llenar un recipiente con agua tibia, luego, lenta y suavemente, lavé mis genitales. Aun así, todo mi regazo olía irreconocible, no humano, como una mezcla entre el aire de un hospital y un establo de ganado. (“Todo el mundo se asusta con eso”, dijo otra enfermera por teléfono, riéndose un poco cuando le pregunté si estaba bien). Durante más de 30 días, mi muslo donante rezumaba líquido fibrinoso de los orificios húmedos, que se agrandaron. Cortes rojos abiertos donde el injerto de piel no había adherido. (“Se cerrará. Es como cualquier otra herida”, dijo el Dr. Andrew Watt, el otro microcirujano, en mi cuarta cita posoperatoria semanal, a lo que respondí: “¿Lo es?”) En mi otra pierna , de la que se había extraído el injerto, siempre había sangre seca escamada del sitio desollado de cuatro por siete pulgadas que a veces ardía tratando de volver a crecer, y en algún momento mi pene comenzó a separarse un poco de mi cuerpo.
Era un pequeño espacio, un orificio de lo más pequeño, entre la base y mi pelvis en la parte inferior donde los puntos no se habían cerrado, pequeño en comparación con la separación de la herida de muchas personas, como se le llama, que ocurre “90 por ciento del tiempo” y es autorresolutivo. Pero fue tan angustioso que en su mayoría me negué a mirarlo o tocarlo durante dos semanas; el pánico extendió una fuerte electricidad por todo mi torso, incluso peor y durante mucho más tiempo que el tiempo que estuve sola en mi cocina, hiperventilando, sosteniendo mi pene a nivel en una mano y mi teléfono en la otra mientras buscaba en Google, “¿A qué huele la gangrena?”
Imposible no pensar en la réplica de Hermes a Prometeo.
Cabe aclarar que esta anécdota, que salió en la New York Magazine, no tiene como fin disuadir a quien esté contemplando someterse a este calvario, sino que es exhibida como una conquista: una especie de victoria del hombre sobre el orden natural. En otras palabras, la terquedad gnóstica de persistir conscientemente en el error, aun cuando la realidad se impone. En el artículo incluso se menciona el caso de alguien que, habiéndosele podrido y caído su primer “neopene” apenas días atrás, estaba nuevamente en la sala de espera dispuesta a sacrificar más tejido sano para que le fabriquen uno nuevo.
Realmente podría citar todo el artículo — no tiene desperdicio. Y aprovecho para aclarar que para mí estas personas son víctimas de una ideología perversa. No es mi intención burlarme, sino poner en evidencia la tragedia.
Dicho esto, la pregunta es, ¿por qué alguien se haría eso a sí mismo? En el caso particular de Gabriel Mac — originalmente Mac McClelland — estamos hablando de una persona con serios problemas mentales.
Pero en general, la semilla del transgénero es sembrada por un tercero — un psicólogo, un profesor, un médico, un foro de internet, una celebridad, los medios de comunicación o cualquier combinación de todos los anteriores — en una mente vulnerable. Desde el primer momento la mentira consiste en una inversión exacta de la realidad: al contrario de lo que aseguran los teóricos de género, hombre o mujer se nace, pero nadie nace “trans”.
Pero, ¿por qué alguien implantaría en una persona semejante idea?
Independientemente de que crea en su construcción gnóstica o no, sabemos que la obsesión de la izquierda es el poder, y el Estado su instrumento. La forma en la que la izquierda acumula poder es creando adeptos, inyectando en la mayor cantidad de gente posible una insatisfacción insoportable acerca de sus propias circunstancias para luego ofrecerse como salvadora.
Christopher Hitchens decía que, según la religión, Dios nos crea enfermos y luego nos ordena estar sanos. Yo creo que la izquierda enferma a las personas a propósito y después les vende la cura —una falsa cura — a cambio de lealtad.
Ya hemos hablado de que la persona “trans” es una creación perfecta. Primero, porque la convence de que en cualquier otro régimen sería perseguida; segundo, porque depende del Estado no sólo para su protección y sustento, sino para escapar de la prisión de su cuerpo a través de operaciones; y tercero, porque su tratamiento es de por vida, puesto que la estafa sólo puede sostenerse a fuerza de interminables seguimientos médicos, conservando al organismo en un estado perpetuo de fragilidad y convalecencia.
Otra vez, la mentira llega en forma de inversión simbólica: la liberación de la persona “trans” consiste en tomar su cuerpo sano y autónomo y encerrarlo en una celda de eterna vulnerabilidad y sujeción. Libertad es esclavitud.
Lo mismo sucede con todas las minorías, con alguna que otra diferencia. En el caso de los negros, por ejemplo, la disfunción se implanta a partir de convencerlos de que la sociedad es intrínsecamente racista, y que su progreso será imposible mientras existan las barreras invisibles del “racismo estructural”.
Por supuesto, como la única forma de salir adelante es mediante la previa destrucción del sistema opresivo, y como la única capaz de hacerlo es la izquierda poseedora de la gnosis y por lo tanto de la fórmula para crear una sociedad justa, el negro es “liberado” volviéndose un esclavo de sus salvadores.
Por otra parte, la actitud gnóstica es la que induce a la izquierda a hablar con autoridad y hasta arrogancia. Ellos han llegado a la gnosis — nosotros no. Ellos tienen la fórmula — nosotros no. Ellos ven cosas que nosotros no vemos. Ven el supremacismo blanco, el patriarcado y las microagresiones. Ellos son los elegidos y tienen un nivel de entendimiento superior al de los simples mortales.
Consideremos la cuestión de la “perspectiva de género” en la justicia. Aparentemente, según esta nota, implica “mirar más allá de las pruebas materiales”. Pasar de lo tangible a lo esotérico — a una gnosis sólo accesible para un selecto grupo de iniciados en cuyas manos quedará la libertad de los acusados. Por supuesto, en los hechos la perspectiva de género no es otra cosa que una herramienta de persecución política e ideológica.
Lamentablemente, la utopía no existe. La obesidad sigue y seguirá causando hipertensión, diabetes e infartos. Ciertos grupos étnicos seguirán teniendo un promedio de IQ más alto que otros. Las mujeres seguirán esquivando la ingeniería. Tarde o temprano, toda persona “trans” se dará cuenta de que no hay bisturí que pueda tocar su esencia, y toda satisfacción que pueda sentir al verse más en concordancia con su “verdadero género” es una satisfacción ficticia — tan sobreactuada como falsa.
Porque, como dice Voegelin:
La estructura del orden del ser no cambiará porque uno la encuentre defectuosa y huya de ella. El intento de destrucción del mundo no destruirá al mundo, sino que sólo aumentará el desorden en la sociedad.
Movida por su voluntad de poder, la izquierda destruye comunidades. La voluntad de poder del gnóstico que quiere gobernar el mundo ha triunfado sobre la humildad de subordinarse a la constitución del universo: al mundo tal cual es y no como él quiere que sea. No hay una Nueva Atlantis al final de este proceso — sólo caos, personas rotas y naciones en ruinas.
Alguna vez leí que Ellen Page descubrió que era trans durante una crisis psicótica autolesiva; dijo en una entrevista que durante el auge de ese episodio, casi al borde del suicidio, unas voces le susurraron que "quizás eres trans".
Esto deja muchísima tela que cortar en mi opinión, pues no creo que se haya tratado de una mera alucinación. Me llama mucho la atención que en todos estos casos de modificaciones corporales extremas (no solo en cambios de sexo) prime lo grotesco (vease el caso de Tiamat Eva Medusa), lo autodestructivo...
Sinceramente creo que aquí hay elementos metafísicos que estamos ignorando porque su planeamiento supone un tabú en nuestras sociedades secularizadas. Tengo razones para tomarme en serio esta dimensión cuando se habla de las implicaciones culturales del gnosticismo. Estimado reaXionario, ¿alguna vez has escuchado del psiquiatra Jerry Marzinsky? Recomiendo ver videos en el TuTubo con sus entrevistas.
Este ensayo destila muchas conversaciones que hemos tenido... simplemente, perfecto.