Enemigos del universalismo anglosajón: desde Napoleón hasta Hitler.
[Ensayo publicado en Patreon en 2021]
"STEFAN ZWEIG, the bestselling writer, was in the registry office in Bath, England, filling out papers so that he could marry his second wife. An official burst in. 'The Germans have invaded Poland,' the man said. 'This is war!' Zweig said: 'That doesn’t have to mean war.' The man disagreed. 'We’ve had enough! We can’t let them start this sort of thing every six months! We’ve got to put a stop to it!'"
Una disgresión preliminar: “Cambiar el mundo” y “Seguir tus sueños”
Antes de arrancar con el tema de este mes, quiero profundizar un poco sobre esta obsesión universalista por “cambiar el mundo”, y en particular cómo se interrelaciona con otra obsesión universalista – la de “perseguir tus sueños”. Ambas cosas se encuentran íntimamente ligadas en la psicología del universalista. Pensemos, por ejemplo, en los casos de Renee Bach y John Chau. La primera quería ayudar a combatir la desnutrición en África, pero no donando dinero a alguna ONG o aportando desde un lugar secundario, sino con ella como protagonista central del cambio; el segundo, por su parte, quería redimir a los sentineleses llevándoles la Palabra de Dios – quería ser él quien penetrara en el último refugio de Satanás en la tierra.
Ambos, cabe destacar, sintieron el “llamado de Dios” – un llamado que no hizo más que confirmar lo que ellos íntimamente ya deseaban. Comentándole el asunto a una amiga católica que vino a visitarme, me dijo algo así como “cuando algo es de Dios justamente va en contra de tus planes”. No sé si será cierto o no, pero si de repente te encontrás con que Dios no hace más que confirmar lo que ya tenías en mente, es muy posible que quizás Dios no tenga nada que ver. Esto le pasaba en un grado muy extremo a Oliver Cromwell, quien se persuadió a sí mismo de que su ambición de poder era en realidad la divinidad actuando a través de él, una simple herramienta. De mi Breve Historia del Universalismo:
“Cromwell era de esos dictadores píos que se creen meros instrumentos de la Voluntad de Dios; esos que dicen no querer ser dictadores; esos a quienes no les queda opción porque Dios así lo decidió, y que son más peligrosos que el resto precisamente por su santidad.”
Ahora bien, esto, que históricamente fue marca registrada de la élite británica – recuerden a Byron y Shelley – se terminó masificando y eventualmente toda persona con aspiraciones de ser alguien en la vida empezó a emular la ideología de su clase gobernante. Hoy en día, incluso, ya forma parte esencial de la educación secundaria y universitaria occidental. Hay un video que me encontré medio por accidente y que me abrió los ojos a todo esto. Es una especie de publicidad para la carrera de Relaciones Internacionales de una universidad llamada IE University, que consiste principalmente enel testimonio de uno de sus alumnos. Les recomiendo que lo miren ahora (es cortito) y se tomen un minuto para pensar qué les sugiere.
Ahora sí, veamos.
Noten cómo todo parte de lo que a este tal Andrew Fitzgerald le gusta hacer – viajar, conocer nuevas culturas, explorar el mundo. “The world is a wide open adventure”, asegura, y eso ya nos dice mucho acerca de la mentalidad del miembro (o aspirante a miembro) de la élite universalista: el mundo es un escenario y yo soy el protagonista.
Luego se pregunta qué pasaría si no fuéramos “open-minded” – es decir, qué pasaría si el mundo de repente abandonara la idea de una Comunidad Internacional liderada por los Estados Unidos y cada Estado decidiera hacer la suya como China o Rusia. Caos total, por supuesto. Pero ya sabemos que el tema de tener una “mente abierta” en realidad se traduce en tener una mente predispuesta a ser vaciada de valores locales y llenada de ideología occidental – que no es otra cosa que la famosa “deconstrucción”.
Sin esa open-mindedness, ¿cómo unificaríamos a los diferentes países? ¿Cómo harían los embajadores para resolver los conflictos? Esto se pregunta el amigo Andrew, que necesita urgentemente que le acerquen una copia de How Diplomats Make War, de Francis Neilson, para que vea que los diplomáticos, más que resolver conflictos, los amplifican. Sin duda estamos en presencia de alguien completamente inmerso en el modelo ideológico post-1945.
“Global relations could dissolve and we could fall into chaos”, dice. Ojo, yo no estoy en contra de las Relaciones Internacionales. Sin embargo, no todas las formas de entender las Relaciones Internacionales son iguales: existe la de respetar la soberanía de todas las naciones y la verdadera diversidad; y existe la propugnada por la élite angloamericana, que consiste en transformar a todo el mundo en un protectorado primero del Imperio Británico y, luego de 1945, del Imperio de los Estados Unidos.
Para él, las Relaciones Internacionales son la mejor manera de unir a todo el mundo – obviamente no en un sistema multipolar de naciones independientes, sino bajo una Comunidad Internacional que se pasa la soberanía de cualquier nación por donde no da el sol. Básicamente lo que pretende este muchacho es convertirse en un agente de la élite angloamericana en el mundo – llevando la bandera LGBT y la de Black Lives Matter hasta el rincón más recóndito de la galaxia.
Luego dice que sólo en un ambiente diverso puede desarrollar “a true international mindset”, cosa que a mí me suena tan ambigua como horrorosa, pero lo más interesante de todo es lo que sucede en este punto del video: se muestra a nuestro protagonista en una especie de videoconferencia con gente de todas las razas, géneros y colores. Ahora bien, por más que eso cause una cierta impresión de multiculturalidad a los más desprevenidos, nosotros que estamos un poco más preparados podemos darnos cuenta de que bajo esa fachada de pluralidad se esconde una misma ideología: el universalismo.
Poco después aparece la palabra “change” – un fetiche universalista. El mundo está mal y hay que cambiarlo: “the world needs positive impact”, agrega, y finalmente cierra como empezó, poniéndose a sí mismo en el centro de la escena con “I want to become the change” y “I can imagine myself as an actor at a global level”. Básicamente lo que hace la educación occidental es esto: apelar a hacer del egocentrismo universalista, más presente en algunas personas que en otras, un trabajo o una carrera.
Todo esto me parece muy perverso. Es la noción de que el mundo tiene que cambiar de acuerdo a tu criterio porque esa es “tu pasión en la vida”. Porque estás “siguiendo tus sueños” tenés que llevar los derechos de las mujeres a Medio Oriente, o la democracia a China. El universalista, por supuesto, no se pregunta a sí mismo si Irán quiere derechos LGBT y básicamente una reconfiguración completa de su cultura – por no decir su desaparición. No se lo pregunta como John Chau no se preguntó si los sentineleses quizás no querían convertirse al cristianismo. Para ellos es obvio que lo quieren; y lo quieren aunque no sepan que lo quieren.
La relación que el universalista tiene con sus protegidos es parecida a la que uno tiene con su perro: uno lo lleva al veterinario aunque no quiera o aunque le cause dolor, así como el universalista educa a los pueblos inferiores: simplemente “por su bien”.
Claramente todo el speech de este muchacho fue creado como parte de este video publicitario y no necesariamente son palabras de quien habla; y más profundamente pertenece a todo un discurso armado a partir del “Cielo en la Tierra” inaugurado a partir de la derrota del Eje en 1945 – momento en el cual Estados Unidos pasó a convertirse en heredero del Imperio Británico y en la primera fuerza universalista en el mundo
Ese fue el punto en el que se inauguró un mundo nuevo, y donde comenzó a consolidarse el universalismo como religión secular de la Comunidad Internacional. No es casualidad, por lo tanto, que al echarle un vistazo a Google Ngram se puede ver cómo el uso de la frase “change the world” empezó a crecer de forma exponencial durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
Noten, por cierto, ese breve lapso de frenesí universalista evangelizador entre 1910 y 1920, que corresponde al período de la Primera Guerra Mundial – la gran “guerra santa” del universalismo. La idea de un retorno al aislacionismo sumada al boom económico de los Roaring Twenties hizo que las aguas se calmaran un poco en la siguiente década, pero poco después aquel anhelo trunco durante los tiempos de Wilson terminó haciéndose realidad de la mano de las Naciones Unidas y una Comunidad Internacional liderada por Estados Unidos y sus aliados.
En cuanto a “follow your dreams”, la cosa es parecida, pero el crecimiento abrupto se da a partir del año 2000: y está muy bien porque es un concepto bien millennial – toda esa sarasa de pensarse a uno mismo como centro del universo, que es característica de la generación más universalista hasta la fecha.
“Cambiar el mundo”, en resumen, consiste en diseminar los ideales americanos por el mundo a través de diferentes organismos, tanto oficiales como extraoficiales, integrados por personas educadas desde la niñez para llevar la tarea a cabo. Todas las instituciones occidentales producen universalistas de alguna u otra índole – incluso las facultades de ciencias exactas.
Pero ya sabemos más o menos qué es lo que representa el Bien para el universalismo: la libre circulación de bienes y personas, la idea de un mundo nuevo – “a new moral world” – unificado bajo una gran Comunidad Internacional y un único credo global basado en la igualdad y los derechos humanos. Una sola Humanidad, una sola cultura, un solo mercado. Esto, como ya hemos visto, empezó a construirse progresivamente a partir del Siglo XIX y explotó durante la primera mitad del Siglo XX. Si uno va a los libros de esa época se va a encontrar con mucho material acerca de la “paz mundial”. Siempre recomiendo Federation of the World de Benjamin Franklin Trueblood, pero si quieren ir más atrás lean algo sobre Robert Owen y su “nuevo mundo moral”. De hecho, vean otra vez qué dice Google Ngram cuando buscamos “world peace”.
Totalmente predecible. Ahora sí, sigamos.
Introducción: La Construcción del Mito de Hitler
Me interesa mucho explorar con ustedes cómo se construyó la otra parte del relato: la del enemigo número uno del universalismo: Hitler y la Alemania Nazi. Este, amigos, es un mito que constituye una fuente inagotable de inspiración para el establishment universalista – y los medios están plagados de series, películas, documentales y libros al respecto. Si no es el tatuador de Auschwitz es el paseador de perros de Auschwitz o el peluquero de Auschwitz o el zapatero de Dachau – siempre hay más historias para contar.
Pero, ¿cómo se fue construyendo este mito del Mal Absoluto? Arranquemos poniéndole un poco de atmósfera al asunto con este fragmento de The Dark Enlightenment de Nick Land. Por favor léanlo todo, o al menos las partes resaltadas:
“Does anybody within the (Cathedral’s) globalized world still think that Adolf Hitler was less evil than the Prince of Darkness himself? Perhaps only a few scattered paleo-Christians (who stubbornly insist that Satan is really, really bad), and an even smaller number of Neo-Nazi ultras (who think Hitler was kind of cool). For pretty much everybody else, Hitler perfectly personifies demonic monstrosity, transcending history and politics to attain the stature of a metaphysical absolute: evil incarnate. Beyond Hitler it is impossible to go, or think. [...]
In this regard, rather than Satan, it might be more helpful to compare Hitler to the Antichrist, which is to say: to a mirror Messiah, of reversed moral polarity. There was even an empty tomb. Hitlerism, neutrally conceived, therefore, is less a pro-Nazi ideology than a universal faith, speciated within the Abrahamic super-family, and united in acknowledging the coming of pure evil on earth. Whilst not exactly worshipped (outside the extraordinarily disreputable circles already ventured into), Hitler is sacramentally abhorred, in a way that touches upon theological ‘first things’. If to embrace Hitler as God is a sign of highly lamentable politico-spiritual confusion (at best), to recognize his historical singularity and sacred meaning is near-mandatory, since he is affirmed by all men of sound faith as the exact complement of the incarnate God (the revealed anti-Messiah, or Adversary), and this identification has the force of ‘self-evident truth’. [...]
Conveniently, like the secularized neo-puritanism that it swallows, (aversive) Hitlerism can be safely taught in American schools, at a remarkably high level of religious intensity. Insofar as progressive or programmatic history continues, this suggests that the Church of Sacred Hitlerite Abomination will eventually supplant its Abrahamic predecessors, to become the world’s triumphant ecumenical faith. How could it not? After all, unlike vanilla deism, this is a faith that fully reconciles religious enthusiasm with enlightened opinion, equally adapted, with consummate amphibious capability, to the convulsive ecstasies of popular ritual and the letter pages of the New York Times. ‘Absolute evil once walked amongst us, and lives still …’ How is this not, already, the principal religious message of our time? All that remains unfinished is the mythological consolidation, and that has long been underway.”
Como bien dice Nick Land (@Outsideness en Twitter), el mito de Hitler forma parte fundamental del universalismo no sólo como su opuesto exacto sino como la amenaza latente y constante que acecha al mundo lista para atacar en el mismísimo instante en el que el ojo vigilante de la benévola Comunidad Internacional se relaje en su tarea evangelizante.
El universalista genuino está convencido de que el planeta se encuentra en todo momento a meros instantes de un resurgimiento fascista (Mencius Moldbug lo llma The Central Fiction of the Democrats), por lo que no debe dormirse en los laureles ni un segundo. Pero para saber bien de dónde viene todo esto es necesario que hagamos un poco de Historia. Vamos a intentar un breve outline de todo este proceso histórico, que de hecho en sí mismo es muy buena idea para un libro, especialmente si uno tiene ganas de ser cancelado para siempre por la Inquisición Wilsoniana. Si alguien se anima, adelante.
I: Little Boney
Para empezar, toda esta idea de buscar y encontrar “enemigos del mundo libre y la democracia” es una tradición que a esta altura lleva por lo menos dos siglos. En el primer capítulo de su gran, gran How Diplomats Make War, Francis Neilson dice:
“A century ago [1815 aproximadamente], the vast majority of the millions of Europe believed it was absolutely necessary for nations to spend every energy in subduing the French Emperor [Napoleón], because he was a danger to the peace of the world and a menace to democracy.”
Obviamente, como bien dice Carlton Hayes en A Political and Social History of Modern Europe, la guerra contra Napoleón tenía más que ver con el temor británico de ver el resurgir de un imperio francés dispuesto a disputarle a Inglaterra el control del globo. Si recuerdan, Inglaterra y Francia pelearon por la supremacía militar y comercial durante la Guerra de los Siete Años, que Inglaterra ganó gracias a, entre otras cosas, un sistema financiero muy superior que “copiaron” de un imperio naval anterior: el holandés.
Sin embargo, es difícil despertar los ánimos de una nación con ese tipo de argumentos; o sea, es complicado convencer a un campesino de ir a la guerra hablándole de la amenaza francesa a la hegemonía comercial de la burguesía londinense. Por lo tanto, Inglaterra y sus aliados se vieron obligados a recurrir a algo más visceral: Napoleón era una bestia come-bebés que iba a esclavizar a toda Europa. El pretexto de Gran Bretaña fue, entonces, la negativa de Napoleón a dejar de interferir en Italia, Suiza y Holanda.
Esta fórmula, como veremos más adelante y como ya muchos de ustedes habrán notado, se iría repitiendo bastante a lo largo de los Siglos XIX y XX.
Encontré un libro que es una verdadera joya. Se llama Munitions of the Mind: A History of Propaganda from the Ancient World to the Present Day, de Philip M. Taylor. De acá voy a sacar bastante información, así que se los recomiendo. Veamos.
En 1797 se funda en Inglaterra el periódico Anti-Jacobin, dedicado a combatir las ideas de la Revolución Francesa, pero duró sólo un año. Sin embargo, en 1798, se funda su sucesor: The Anti-Jacobin Review and Magazine, que jugó un papel muy importante a la hora de levantar a la población inglesa en contra de Napoleón.
El plan era recordar las viejas glorias militares inglesas, ridiculizar al Emperador a través de caricaturas, y meter miedo a la población acerca de una inminente invasión francesa. Si a esta altura estas cosas no les suenan familiares no sé qué decirles amigos – igual calma que esto recién comienza. Lo de la invasión francesa puede apreciarse bien en las publicaciones gráficas de Sir John Gillray pertenecientes a la serie “Consequences of a Successful French Invasion”. En esta, por ejemplo, puede verse a soldados franceses saqueando y destruyendo la House of Lords y reemplazando el trono por una guillotina. En esta otra, más completa, pueden verse varias cosas: soldados franceses atando de pies y manos al Vocero del Parlamento, y tapándole la boca con un palillo de tambor; a la izquierda, los demás Miembros atados de manos de dos en dos, rapados y vestidos como convictos de Botany Bay, un lugar de Australia que funcionaba como colonia penal; un herrero rompiendo el Mazo, símbolo de autoridad real, con un martillo; documentos históricos como la Magna Carta y la Declaration of Rights desparramados por el piso. En fin, se alcanza a apreciar la imagen, y recomiendo que la miren bien ustedes mismos en detalle porque está buenísima.
Por otra parte, una famosa caricatura de Napoleón, a quien el mismo Gillray llamaba “Little Boney”, es esta, en la que Napoleón está haciendo un berrinche, y de hecho según esta nota fue este caricaturista el que inventó o al menos popularizó el mito de que Bonaparte era petiso:
“…the ‘tiny Napoleon’ trope did not start until 1803, according to Tim Clayton, a British expert on Napoleonic-era propaganda. It was that year that saw the publication of a famed cartoon known as ‘Maniac ravings or Little Boney in a strong fit.’
In it, the famed caricaturist James Gillray portrays a diminutive Bonaparte flipping over furniture in a childish temper tantrum while raving about the ‘British Parliament’ and ‘London Newspapers! Oh! Oh! Oh!’
Before the circulation of Little Boney, Napoleon ‘was of normal stature,’ Clayton noted in an email to the National Post.”
Por supuesto, los sermones incendiarios en contra de Napoleón eran moneda corriente, y en todas partes se hablaba de sus atrocidades: sus ejércitos barbáricos, la crueldad hacia prisioneros y civiles, entre otras cosas. Es más, hasta había canciones con las que las madres asustaban a sus hijos – pero en lugar de the boogeyman, el viejo de la bolsa, o el ropavejero, el que se los iba a llevar si se portaban mal era Bonaparte:
Baby, baby, naughty baby
Hush, you squalling thing I say;
Hush your squalling or it may be
Bonaparte may pass this way.
Como bien dice Taylor, la propaganda anti-napoleónica apuntaba a todos: hombres, mujeres y niños. Incluso la famosa batalla de Waterloo fue fuente de todo un mito alrededor del cual se construyó la leyenda de que, luego de la victoria británica en una de las batallas más decisivas de la historia, la tiranía había sido finalmente derrotada (veremos que esto se repite más adelante). Por supuesto, como dice Francis Neilson, esto no fue así ni de broma. Lejos de forjar arados con sus espadas y podaderas con sus lanzas, a Europa le esperaba mucho derramamiento de sangre, y unas cuantas “guerras santas” contra la autocracia.
II: el Zar Nicolás I y la Guerra de Crimea
Durante las décadas siguientes a la derrota de Napoleón, tratado va, tratado viene (entre ellos el Tratado de Londres en 1839, que establecía la independencia y la neutralidad de Bélgica y que luego sería casus belli oficial de la Primera Guerra Mundial), el “balance de poder” fue restaurado en Europa, y durante algunas décadas todo estuvo relativamente en paz.
Sin embargo, tarde o temprano apareció otra amenaza a la libertad y la paz mundial: el Zar Nicolás I de Rusia. Leamos este breve fragmento de Life of Lord Palmerston, de Evelyn Ashley sobre las causas de la Guerra de Crimea (a este lo voy a traducir, para no hacerlos leer tanto inglés):
“En la actitud arrogante de Rusia hacia Europa de 1815 en adelante, una Europa a la que a duras penas pertenece, en la creciente insolencia de esa actitud desde la asunción del Emperador Nicolás, en la existencia de una amenazante autocracia militar considerada doblemente odiosa por sus pretensiones medio-místicas, y en la traducción de esas pretensiones en acciones contra la libertad no sólo en Polonia y Hungría sino en toda Europa, puede encontrarse la explicación de la Guerra de Crimea. […] Estas cosas habían producido una alarma y un odio del cual tarde o temprano iba a surgir la respuesta. […] Fue la creencia que animó a la gente respecto a que la civilización occidental estaba siendo amenazada en sus concepciones más esenciales de libertad individual y política la que obligó [esta palabra es clave y me vuelve loco] a Lord Palmerston al envío de las tropas y las flotas de Gran Bretaña, Francia y Sardinia, sin una causa inmediata de conflicto [¡¿ustedes están leyendo esto?!], a las costas del Mar Báltico y el Mar Negro.”
Básicamente, la Guerra de Crimea fue al pedo, y de hecho para Lord Granville fue “a great misfortune”, que costó muchísima plata y cientos de miles de vidas – todo porque en Europa se gestó la idea de que la libertad estaba siendo una vez más amenazada por la tiranía. La propaganda, otra vez, jugó un rol central, y en Munitions of the Mind hay buena data al respecto. Básicamente, la Guerra de Crimea fue la primera “guerra mediática”, y fue la que le hizo saber al gobierno inglés que la propaganda de guerra iba a jugar un papel fundamental en el futuro.
Lo que sucedió fue, muy brevemente, así: un tal William Howard Russell, reportero de guerra que trabajaba para The Times, cubrió la guerra en crudo detalle, y reveló no sólo los horrores sino la tremenda falta de preparación del ejército inglés, que hasta ese entonces, y especialmente desde la victoria sobre Napoleón, gozaba de la reputación, fogoneada por los victorianos, de que el británico era el ejército mejor preparado del mundo. Lejos de ser así, Russell hizo llegar a Inglaterra la realidad de las tropas británicas y el gobierno no pudo hacer demasiado para evitar la inflamación de la opinión pública en su contra. Tan grabado les quedó, que a partir de allí fueron muchísimo más rigurosos con la censura. Como dice Taylor:
“War was no longer the business of sovereigns, statesmen and the professional soldiers; it was the business of the people in whose name it was being fought. The press saw to that. And if the government was to ensure that the right sort of public attitudes and support were forthcoming, it would have to take the business of official propaganda and censorship seriously.”
Sea como sea, como bien dice Neilson, el Zar mordió el polvo, y durante un tiempo los ciudadanos de las democracias occidentales durmieron en paz – ya sin pesadillas acerca de una autocracia eslava amenazando sus libertades individuales y políticas.
Sin embargo, las verdaderas consecuencias de la Guerra de Crimea se harían sentir menos de una década después – porque fue justamente a causa de disputas intestinas acerca de qué posición tomar ante este conflicto lo que llevó a un reordenamiento interno de Prusia y, posteriormente, al ascenso del próximo gran tirano: Otto von Bismarck.
Como dice el mismo Evelyn Ashley en Life of Lord Palmerston, si la Guerra de Crimea no hubiera ocurrido, las décadas subsiguientes no habrían visto la formación de una Italia unificada – y, especialmente, la de una Alemania unificada y todo lo que conllevaría después. Como remarca Neilson, que escribió su How Diplomats Make War en plena Primera Guerra Mundial, fue la misma política exterior de Gran Bretaña la que “creó” la Alemania con la que entraría en feroz guerra apenas unas décadas después – y eso que en 1915 la cosa todavía estaba muy, muy lejos de terminar.
Pensar que Hitler fue la consecuencia indirecta de que Palmerston se sintiera “obligado” a declararle la guerra a Rusia por un quilombo que el Zar tenía con los turcos y por disputas entre Francia y Rusia por el control de Tierra Santa me resulta totalmente increíble.
Pero bueno, ahí vamos una vez más.
III: Otto von Bismarck y la casi-guerra por Dinamarca
Palmerston también se sentía "obligado" a declararle la guerra a Austria y Prusia si ésta violaba la integridad territorial de Dinamarca, y es que justamente Prusia, junto con otros Poderes, tenía sus ojos puestos en parte del territorio danés – y en particular un lugar llamado Schleswig-Holstein. Nuevamente, así como sucedió antes y sucedería después, Inglaterra se erigía como defensora de las naciones débiles en contra del apetito de las potencias.
Resulta que Europa casi se prende fuego otra vez por un tratado firmado en 1852 según el cual la independencia de Dinamarca debía ser respetada a rajatabla. Con típica actitud inglesa, Palmerston dijo que consideraría un insulto a Inglaterra que se violara la integridad del país danés, y que si alguien se atrevía a apropiarse de cualquier parte de su territorio se las iba a tener que ver no sólo con la tierra de Hamlet sino con John Bull el mismísimo.
El jingoísmo en Inglaterra por ese entonces estaba por las nubes. Según dice Neilson mucha gente se moría por una guerra con Alemania, y Palmerston veía con muy buenos ojos una gloriosa victoria militar contra la criatura de Bismarck y Lasalle.
Gracias a Dios, nos cuenta Neilson, fue Queen Victoria la que salvó a las madres inglesas de tener que enviar a sus hijos a una más de tantas guerras que nada tenían que ver con los intereses de la gente de a pie, e insistió duramente para que se hiciera caso omiso de ese "pedazo de papel" firmado en 1852, y que básicamente Alemania hiciera lo que quisiera porque nada de eso era problema de Inglaterra. Muy sensatamente Victoria dijo:
"Denmark is after all of less vital importance than the peace of Europe, and it would be madness to set the whole Continent on fire for the imaginary advantages of maintaining the integrity of Denmark."
Y finalmente fue la corona la que prevaleció: Dinamarca perdió Lauenburg, Holstein, la parte sur de Schleswig, entre otras cosas – y el pueblo inglés pudo dormir tranquilo ya que, tan poco tiempo después de la absurda Guerra de Crimea, no iba a tener que entregar a sus jóvenes a la picadora de carne una vez más sólo por un ego trip de Lord Palmerston.
Es terrible leer a Neilson, escribiendo en medio de la Primera Guerra Mundial, lamentarse de la falta de una Queen Victoria en 1914, cuando más hizo falta la sensatez de un monarca:
"What would have happened had [Victoria] been on the throne last year? She might have asked what on earth the people of this generation have to do with a treaty signed in 1839, and why the British nation should be committed to a European conflagration because their grandfather's Foreign Secretaries agreed to a diplomatic deal of which the people knew little and cared less."
Inglaterra, como en tantas guerras antes e incluso después (ya veremos que Inglaterra no tenía por qué declararle la guerra a Alemania tampoco en 1939), no tenía motivo para meterse en el complot ruso y francés en contra de Alemania y su hermano menor el Imperio Austro-Húngaro (la causa real de la guerra), y mucho menos para salvar a Bélgica en base a un tratado firmado en 1839 (la causa oficial de la guerra).
Volviendo brevemente a Bismarck, esto es lo que el inglés Lord Russell, un Whig, dijo durante el período de tensión entre Inglaterra y Alemania:
"Prussia now represents all that is most antagonistic to the liberal and democratic ideas of the age; military despotism, the rule of the sword, contempt for sentimental talk, indifference to human suffering, imprisonment of independent opinion, transfer by force of unwilling populations to a hateful yoke, disregard of European opinion, total want of greatness and generosity, etc., etc."
¿Se entiende más o menos de qué va la cosa? Es siempre el mismo verso; siempre hay una autocracia militar despótica y cruel dispuesta a terminar con "las ideas liberales y democráticas" de la época, e Inglaterra debe estar dispuesta a hacerle frente. Inglaterra, después de todo, era Lord Byron; y Lord Byron era Inglaterra: un Nuevo Prometeo buscando darle un Nuevo Fuego a los Nuevos Hombres. Noten, por cierto, lo cómico de la cita anterior cuando Russell dice "transfer by force of unwilling populations to a hateful yoke", teniendo en cuenta la política imperial de Inglaterra en ese mismo momento, por ejemplo, en India. En fin.
IV: El Kaiser
Nos toca ahora hablar de la Primera Guerra Mundial y la siguiente gran amenaza al mundo libre: la Alemania del Kaiser Wilhelm II. Sobre esto se pueden escribir y de hecho se han escrito libros enteros, así que acá trataré de hacer un resumen de lo que sé y para que ustedes puedan conocer un poco el tema sin la necesidad de leer una tonelada de PDFs viejos.
Como ya he dicho en varias ocasiones, la Primera Guerra Mundial fue tanto una guerra de artillería como de propaganda. Cada uno de los poderes involucrados tenía su departamento de propaganda de guerra, pero lo de la Triple Entente fue de otra liga. Diabólicamente genial. Les cuento un caso que aparece en Propaganda Technique in the Great War, de Harold Lasswell: el caso de la enfermera británica Edith Cavell.
Para no hacerla demasiado larga, entre Noviembre de 1914 y Agosto de 1915 Cavell, que en ese momento se encontraba en Bélgica (bajo ocupación alemana), se dedicó a asistir a soldados británicos y franceses heridos, no sólo dándoles refugio y comida sino ayudándolos a escapar hacia la neutral Holanda. Eventualmente fue capturada por el ejército alemán y ejecutada.
Esto fue aprovechado al máximo por el aparato propagandístico de la Entente, que en ese momento buscaba generar odio hacia los alemanes en todo el mundo, pero especialmente en América, con el fin de generar presión sobre el gobierno de Wilson para que Estados Unidos se una a la guerra, cosa que finalmente hizo en 1917.
Ahora bien, habiendo visto lo sucedido con la enfermera Cavell, los alemanes tuvieron una oportunidad perfecta de contraatacar cuando los franceses ejecutaron a dos enfermeras alemanas bajo las mismas circunstancias. El jefe de propaganda prusiano, sin embargo, decidió no pagar con la misma moneda. Cuando le consultaron por qué, respondió que los franceses estaban en todo su derecho de ejecutarlas.
¿Cómo actuaba la propaganda británica por esos días, en cambio? Bueno, resulta que en una ocasión le llegaron dos fotografías al jefe de la British Army Intelligence, un tal Genral Charters: una mostraba los cadáveres de dos soldados alemanes siendo cargados hacia su entierro, y la otra caballos muertos siendo llevados a la fábrica de jabón. Lo que hizo Charters fue editar las imágenes, cuidadosamente intercambiando los títulos de ambas, y enviar la foto de "Soldados alemanes siendo enviados a la fábrica de jabón" a Shanghai, con el fin de despertar el odio de los chinos (tan respetuosos de los ancestros y los muertos) hacia Alemania. Eventualmente las imágenes llegaron a Europa y América, causando indignación y desprecio hacia todo lo alemán, y reforzando el mito de los alemanes como un pueblo cruel y barbárico. "Hunos" los llamaban.
Por supuesto, los alemanes no eran ningunos nenes de pecho. En Estados Unidos, por ejemplo, la propaganda alemana buscaba enemistar a los negros contra los blancos, diciendo que Alemania era una tierra de igualdad racial a diferencia de la racista América. Pero yo, personalmente, teniendo en cuenta que Alemania no tuvo culpa alguna del inicio de la guerra (pueden leer The Myth of a Guilty Nation de Albert Nock para saber más) y que tenía que contrarrestar la propaganda anti-germánica en todo el mundo, lo encuentro bastante menos repulsivo que lo de Charters.
El objetivo de la Entente era principalmente demonizar a Alemania, no sólo para elevar la moral y enfocar las fuerzas de los aliados ("si no peleamos, el Kaiser se va a comer a nuestros hijos y los soldados van a violar a nuestras mujeres"), sino para enardecer a los neutrales y llevarlos para su molino. Todo esto está muy bien detallado en el libro de Lasswell, que recomiendo muchísimo.
Ahora bien, todo esto que los franceses y especialmente los británicos hicieron muy bien (al ser expertos en la materia después de haber refinado el arte de la propaganda y la mala leche durante las guerras napoleónicas, la Guerra de Crimea y la casi-guerra contra Bismarck por la integridad territorial de Dinamarca), no le llegó ni a los talones a lo que hicieron Woodrow Wilson, George Creel y el Committee on Public Information.
Wilson, un anglófilo por excelencia, fue un maestro de la propaganda de guerra. Transformó lo hecho por los británicos, que vendieron la guerra como una cuestión de vida o muerte, de democracia contra militarismo, directamente en una Guerra Santa del Bien contra el Mal.
Wilson, además, fue muy vivo. Con su retórica monumental (era un predicador nato), instó a toda la Humanidad a declararles la guerra a todas las autocracias militares, y, crucialmente, trazó una línea entre los pueblos y sus gobiernos, incitando a los alemanes a levantarse en contra de su propio gobierno bajo la promesa de liberación. En lo que respecta a propaganda, Wilson era el generalissimo: les hablaba a los idealistas que soñaban con un nuevo mundo, y se convirtió en la esperanza de clemencia de los pueblos derrotados, antes de que el Tratado de Versalles cayera sobre sus hombros como saco de plomo.
Recordemos, además, lo que la Guerra significó para toda la élite universalista: la excusa perfecta para poner al Estado federal al servicio de la construcción de su utopía. De mi Breve Historia del Universalismo:
"... la entrada de los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundal ofrecía a los intelectuales progresistas la posibilidad de agigantar el poder estatal excusándose en la excepcionalidad de las circunstancias. Las posibilidades eran infinitas; los progresistas tenían planes para absolutamente todo."
Recuerden lo que representa el universalismo cuando se traduce a forma de gobierno: concentración del Poder en el Estado federal y su resignificación como herramienta de propagación del libre comercio, la libre circulación de bienes y personas, la democracia y la doctrina universalista en general.
Sobre este período les recomiendo World War I as Fulfillment, de Murray Rothbard - y si tienen tiempo y ganas lean un poco de How we Advertised America, del mismo George Creel, que es una historia del Committee on Piblic Information. Les va a volar la cabeza.
Si bien el sueño de Wilson quedó trunco, la Liga de las Naciones fracasó y la utopía de paz mundial terminaba en nada a medida que Estados Unidos retornaba a su característico aislamiento durante las décadas del veinte y del treinta, no pasaría mucho tiempo hasta que el universalismo finalmente encontrara su archi-Némesis definitivo, y el mundo estallara por los aires una vez más, pero ahora de manera mucho más espectacular y catastrófica, como una secuela de Rápido y Furioso. Un enemigo que superaba con creces a todos los anteriores, y se convertiría en el obstáculo definitivo a la construcción del Cielo en la Tierra, el anhelo universalista supremo.
V: Hitler, Evil Incarnate
Casualmente anoche mi esposa y yo vimos Inglorious Basterds. Yo ya la había visto, pero esta segunda vez la vi de otra manera. Es una muy buena película y la recomiendo para pasar el rato, pero no deja de llamarme la atención lo irónico del cine anti-nazi en general, y les voy a explicar por qué.
Primero, está todo el asunto de Goebbels y la propaganda; todo el tema de que el régimen nazi manipulaba a sus habitantes a través de recursos propagandísticos que durante mucho tiempo mantuvieron a los alemanes bajo una especie de hechizo de obediencia. Uno de esos recursos, claro, era el cine — y en el film de Tarantino el cine juega un rol central. Les explico muy por arriba la trama.
Para levantar la moral alemana en pleno 1944 a Goebbels se le ocurre filmar una película con un héroe de guerra como protagonista — un joven francotirador que, atrapado y rodeado en una torre despachó con su rifle él solo a un par de cientos de americanos — y estrenarla ante todos los jerarcas del Tercer Reich: Göring, Bormann, y el mismísimo Führer.
El metraje mostraba al soldado Frederick Zoller abatiendo uno tras otro a los enemigos de una manera bastante burda, y, como para agregarle al factor bizarro de todo el asunto, hasta se lo ve, entre tiroteo y tiroteo, tallando una esvástica en el suelo de madera — escena que provocó la euforia de todos los espectadores.
Ahora bien, ¿por qué es irónico esto para mí? Sobra decir que Tarantino buscó, como se acostumbra en la industria del entretenimiento americana y americanizada, retratar a los nazis como una banda de personajes malignos pero a su vez medio grotescos y dignos de burla (en Inglorious Basterds, por ejemplo, no falta el cliché de Hitler gritando "nein nein nein nein") y a su cine en particular como pueril propaganda que sólo un chico se creería.
Y acá es donde nos preguntamos si acaso la propaganda yankee era muy superior a la de los nazis, y si la ciudadanía en general estaba intelectualmente por encima de los crédulos alemanes. Llegamos entonces a Hitler Lives, un corto de propaganda de guerra norteamericana que ya he mencionado por acá y que me parece increíble. El concepto central es, muy brevemente, este: los alemanes son un pueblo de salvajes que cada tanto produce un Hitler: primero fue Bismarck, luego el Kaiser, por último Adolf y, supuestamente, había que estar atentos porque en cualquier momento aparecería otro. El problema, aparentemente, eran los alemanes como pueblo — y había que tenerlos cortitos.
Hitler Lives, basado en otro film escrito por el célebre Dr. Seuss, cuyas caricaturas de guerra eran notablemente racistas, xenofóbicas y todo lo que algún despistado consideraría "basado", tiene un gran valor histórico por el simple hecho de mostrar que en estos tiempos no había realmente un bando moralmente superior al otro como se nos ha querido hacer creer del '45 hacia acá. De hecho, me atrevo a decir que Estados Unidos en 1933 se parecía más a Alemania en 1933 que a Estados Unidos en 2021 — y si no me creen lean el discurso inaugural de Franklin Roosevelt.
Lo que hace la propaganda americana no es otra cosa que lo que hizo en su momento la propaganda nazi, con todo lo ridículo y con todo lo no tan ridículo. El problema, claro, es que Tercer Reich murió joven — pero en alguna realidad paralela al estilo Jardín de los Senderos que se Bifurcan, si uno se permite creer en esas cosas, un Tarantino alemán escribió la versión nazi de Inglorious Basterds, en la que Roosevelt, su gabinete, y los altos mandos del United States War Department mueren acribillados y quemados durante el estreno de Your Job in Germany.
Ya sabiendo que uno de los Aliados tenía un prontuario de "violaciones a los derechos humanos" impresionante e incluso superior al de Hitler (por no mencionar los muertos en el placard del Imperio Británico y todo el historial de linchamientos a los negros en el Sur de Estados Unidos), nos damos cuenta de que acá no había buenos ni malos, sino malos y todavía más malos. Esta no fue una guerra por los Derechos Humanos, y en ningún libro que yo haya leído se puede apreciar mejor que en Human Smoke, de Nicholson Baker (no por nada fue durísimamente criticado y no se lo considera "creible"). Veamos.
Una de las primeras cosas que uno nota en Human Smoke, un libro con un formato muy particular, escrito como una sucesión de anécdotas directa o indirectamente relacionadas entre sí, es que al autor le interesa dejar claro que Churchill, lejos de ser ese campeón de los Derechos Humanos que salvó al mundo libre de la tiranía germánica, era bastante hijo de su madre. Sin hacerla demasiado larga, porque la evidencia los abusos del Imperio Británico está al alcance de cualquiera, mencionemos algunos.
Churchill publicó un artículo el 8 de Febrero de 1920 denunciando a la Judería Internacional y su conspiración mundial para destruir a la civilización e instaurar en su lugar su utopía comunista. Mencionó como principales culpables a Marx, Trotsky, Béla Kun, Rosa Luxemburg y Emma Goldman. En Enero de 1927 visitaría Italia y, tras su vuelta, le tiraría muchas flores a "Signor Mussolini". Para Churchill, el fascismo italiano había demostrado que existían formas de combatir la subversión, y que las ideas del Duce eran el antídoto necesario para el "virus ruso".
Les cuento otra anécdota pintoresca. Un tal Aylmer Haldane, comandante de las tropas británicas en Iraq (colonia del imperio en esos días), le comunicó a Churchill, entonces secretario de guerra, que los nativos se estaban retobando gracias a un creciente sentimiento de jihad a lo largo del territorio. Churchill le dijo que se quede tranquilo, y enseguida le mandó un memo al jefe de la Royal Air Force, un tal Hugh "Boom" Trenchard. Resulta que Trenchard y Churchill habían estado planeando cómo responder a estas insurrecciones desde el aire para ahorrar tropas, y le sugirió sobrevolar la zona arrojando gas mostaza. "I am strongly in favor of using poisoned gas against uncivilised tribes", dijo. Finalmente bombardearon a las tribus rebeldes, matando a unos 8 mil civiles.
Les cuento una más. En algún momento de la década del '20 Gandhi superó a Lenin como enemigo número uno de Churchill, que consideraba que el abogado indio, con todo lo que representaba, debía ser aplastado tarde o temprano, porque su desobediencia civil estaba llevando al crecimiento de la tendencia sediciosa en la India. En 1931, Gandhi visitó Inglaterra. Habló con el Rey y la Reina, con el Arzobispo de Canterbury, y hasta con George Bernard Shaw. Churchill, sin embargo, se negó a recibirlo.
Ojo — esta no es tanto una crítica a Churchill y los Aliados sino una manera de establecer un hecho muy importante a lo que ya aludí algunas líneas más arriba: todos los que participaron de la Segunda Guerra Mundial tenían mucho más en común entre sí, aun siendo enemigos, que con cualquiera de nosotros hoy. Es cierto que había algunos peores que otros: lo que hicieron los japoneses en Nanking, los soviéticos en Ucrania y en el resto de la URSS contra su propia población, y los alemanes principal pero no exclusivamente contra los judíos — todo eso está algunos escalones más arriba que cualquier fechoría americana o británica. Sin embargo, tengo dos objeciones. O tres, si se quiere.
La primera es que, como ya hemos dicho, uno de los peores monstruos, Stalin, se sumó a los Aliados (un grupete que, como ya hemos establecido, no era para nada inocente) después de que Alemania violara el pacto Molotov-Ribbentrop.
Segundo, los Aliados cometieron dos de los peores actos de crueldad de la Historia. Por un lado, el bombardeo de Dresde, durante el cual prendieron fuego vivas a más de veinte mil personas. Por el otro, Hiroshima y Nagasaki. ¿Escucharon hablar alguna vez de la "gente cocodrilo"? Eran personas que, inmediatamente después de la explosión nuclear, no murieron en el acto, sino que deambularon un buen rato desorientados — sin ojos, sin pelo, con la piel quemada, con agujeros rojos donde antes había una boca:
“The alligator people did not scream. Their mouths could not form the sounds. The noise they made was worse than screaming. They uttered a continuous murmur — like locusts on a midsummer night. One man, staggering on charred stumps of legs, was carrying a dead baby upside down.”
El anterior es un fragmento del libro The Last Train from Hiroshima, de Charles R. Pellegrino. No lo leí, pero promete.
El punto de todo esto es que acá no había carmelitas descalzas, y el hecho de que hoy Hitler sea el único que carga el mote de encarnación del Mal Absoluto en soledad (porque de Stalin, que tiene poco que envidiarle, se habla poco y nada en comparación) es simplemente producto de la genial maquinaria de propaganda anglosajona — que ya venía practicando desde los días de Napoleón. Por supuesto, a partir de ahí el mito de la gesta de los paladines del Bien contra los esbirros de la Oscuridad no haría más que crecer. No es para nada descabellado decir que Hitler está en boca de todo el mundo hasta el día de hoy, como si la idea fuera que nos metamos en la cabeza que la Victoria Aliada fue tan importante que es como si la Historia hubiera arrancado otra vez — como si 1945 representara una especie de Año Cero y como si el Mito, al pasar el tiempo, fuese siendo objeto de añadiduras hasta adquirir las proporciones bíblicas que parece tener hoy.
Uno de esos agregados, por ejemplo, fue que la Segunda Guerra Mundial fue una guerra para salvar a los judíos. Vamos a Human Smoke otra vez.
Para empezar, el antisemitismo era bastante en común en Europa en ese entonces. Recuerden a Churchill y su denuncia contra la Judería Internacional marxista, por ejemplo. Además, había un poco de incredulidad respecto a los nazis en cuanto a lo que estarían dispuestos a hacer contra los judíos. Por ejemplo, el New York Times reportó, en 1933, que según la "Central Union of German Citizens of the Jewish Faith" los reportes de las supuestas atrocidades del gobierno alemán contra los judíos eran puro cuento. Poco tiempo antes, en 1930, el propio Einstein había dicho que no había razón para preocuparse — que los votos que estaba consiguiendo el nacionalsocialismo eran producto de un "resentimiento momentáneo" causado no por el antisemitismo sino por la crisis económica, y que tan pronto como la situación mejorara el pueblo alemán entraría en razón.
Es más, ya en 1938 un periodista reportó que las embajadas de Estados Unidos y el Reino Unido en Berlín estaban llenas de judíos rogando por visas. Fueron rechazados casi todos.
Pero el caso quizás más emblemático es el del MS St. Louis. Resulta que en pleno 1939, cuando la persecución a los judíos en Alemania era conocida en todo el mundo, un barco partió de Alemania con 900 refugiados judíos rumbo a América. Primero intentaron desembarcar en Cuba, Estados Unidos y Canadá, pero fueron rechazados y se les negó desembarcar. Por lo tanto, volvieron hacia Europa donde algunos fueron recibidos en Inglaterra, Francia, Bélgica y Holanda. Sin embargo, muchos fueron capturados tras la ocupación nazi de los últimos tres países. Según se estima, aproximadamente un cuarto de los judíos del MS St. Louis murió en los campos de exterminio.
Por lo tanto, el tema de los judíos era más complejo, y si bien muchos gobiernos lamentaban los pogroms, nadie estaba muy dispuesto a hacer demasiado al respecto. Los judíos no eran prioridad, y el tema más bien era algo acerca de lo que los gobernantes hablaban de una manera bastante casual:
"NEVILLE CHAMBERLAIN wrote a letter to his sister, as he often did to clarify his thoughts. The German people were jealous of the Jews, he said, because Jews were clever. “No doubt Jews aren’t a lovable people,” he wrote. “I don’t care about them myself; but that is not sufficient to explain the Pogrom.” It was July 30, 1939."
Como ya he dicho y no me cansaré de repetir, en esa época todos tenían más que ver entre sí, por más que fueran enemigos mortales, que con cualquiera de nosotros hoy. Pero, entonces, ¿cómo fue que se construyó el mito de los judíos como centro de la escena en la Segunda Guerra Mundial? No sé si han visto la ya mencionada Inglorious Basterds, pero en la película los "bastardos" son un grupo de soldados norteamericanos judíos, bajo el mando del teniente Aldo Raine (Brad Pitt), que andan por Europa aterrorizando y masacrando nazis con bates de béisbol y quitándoles el cuero cabelludo. Más allá de que no es una película histórica, sí se alimenta de esta narrativa hilvanada después de la guerra.
Obviamente, no tengo los medios para llevar a cabo por mí mismo la investigación que todo este tema merece, pero sí he podido encontrar algunas cosas interesantes. Además de todo lo dicho anteriormente — que salvar a los judíos no era prioridad de nadie antes y durante la guerra — si volvemos a Hitler Lives, una película escrita para pintar a Hitler y los alemanes en general de la peor manera posible, veremos que no se hace ni una mención a la cuestión de los judíos. Como dice Curtis Yarvin, en ese entonces Hitler era percibido como un “equal oportunity baby-killer", que no hacía distinciones entre quiénes asesinaba.
Otra cosa muy interesante es que, si bien el término Holocausto ya se había utilizado antes (fue “creado” para referirse al genocidio armenio), no fue popularizado hasta después de 1978, tras el estreno de la miniserie Holocaust, dirigida por Marvin J. Chomsky, cuyo impacto fue enorme.
Otra cosa es que las películas norteamericanas que más han puesto al Holocausto como centro de la narrativa fueron lanzadas a partir de la década del ‘60 (y de hecho las más célebres, como Schindler’s List, han salido a partir de 1990), mientras que las películas que pertenecen al período de guerra tienen más que ver con operaciones militares. Sobra decir que no las he visto, y más o menos me he guiado por las descripciones — pero si Hitler Lives, cuyo objetivo era la demonización total del pueblo alemán, hace cero menciones al tema del Holocausto no tengo motivos para pensar que otras películas contemporáneas sí.
Además, no fue sino hasta 1968 que la Library of Congress de los Estados Unidos creó la categoría “Holocaust, Jewish (1939-1945)”, un poco extraño por cierto teniendo en cuenta que la persecución y matanza es anterior a 1939. Por otra parte, recién en Noviembre de 1978 durante la presidencia de Jimmy Carter (gracias al activismo de Eli Wiesel y quizás por la gran popularidad de Holocaust), se creó la Comisión Presidencial del Holocausto.
En pocas palabras, lo que yo veo en este caso es el agrandamiento progresivo de la narrativa del Holocausto a través del tiempo en lugar de un lento desvanecimiento, que es lo que uno esperaría de cualquier suceso histórico — excepto aquellos que dejan de ser mera historia y pasan a adquirir un significado mitológico o teológico.
Por supuesto, con esto no quiero decir que el Holocausto haya sido un invento y que el gobierno alemán no haya perseguido muy especialmente (aunque no exclusivamente) a los judíos. Lo que digo es que fue bastante tiempo después de la guerra que se puso foco en la cuestión del genocidio, y que, una vez hecho eso, el tema fue creciendo en preponderancia hasta el día de hoy — a tal punto que cuando pensamos en la Segunda Guerra Mundial inmediatamente pensamos en Auschwitz o The Boy in the Striped Pyjamas, cosa que era muy diferente en su momento.
Y así como se agigantó la leyenda del Holocausto, el propio Hitler, que como dictador no fue muy diferente a sus contemporáneos, fue transformándose en la encarnación del Mal Absoluto. A medida que creció el horror del Holocausto en el imaginario colectivo occidental, creció la aversión hacia Hitler como su principal artífice.
Por supuesto, esto tiene un trasfondo ideológico y teológico muy significativo. En Federation of the World, de Benjamin Trueblood, un libro que se ha convertido en un clásico de este Patreon, tienen a los enemigos del universalismo: el nacionalismo, el proteccionismo y el militarismo. Hitler, por supuesto, encarnaba perfectamente a los tres, y Alemania misma parecía ser un enemigo hecho a la medida del establishment universalista. Por eso, y esto es pura especulación mía porque no sé si este tema ha sido encarado con todo el rigor que merece y yo soy sólo un hombre con su computadora, creo que 1945 ha sido retroactivamente retratado como una especie de Nueva Era — el famoso Nuevo Orden Mundial, que vio el comienzo (al menos en el hemisferio occidental) de una Nueva Jerusalem, un Nuevo Mundo y una Nueva Historia.