La apología de Julia Epstein
Como ya se habrán enterado, Julia Epstein es la nueva Directora Ejecutiva del Instituto Nacional de Juventudes, un invento de la gestión Macri cuya función es trabajar “para que las juventudes de nuestro país se desarrollen libremente en un marco de derechos para una sociedad más inclusiva y equitativa” — es decir, un invento para entongar a los jóvenes Brahmins a medida que van saliendo del Colegio Nacional de Buenos Aires o donde sea que los fabriquen.
Sobra decirlo, pero si el INJUVE desapareciera, las vidas de los argentinos serían exactamente las mismas. Redundante es la palabra que yo usaría para describirlo, ya que no hay tarea que pueda cumplir que no esté ya asignada a una docena de ministerios, secretarías y observatorios — gran parte de ellos también redundantes.
No hay un compatriota que se haya beneficiado con la creación del INJUVE salvo la gente que trabaja ahí, que tuvo la suerte de que el gobierno les haya literalmente inventado un laburo — si es que se le puede llamar laburo a tomar café, firmar papeles, tener meetings y sacarse fotos.
En mi opinión, el INJUVE es simplemente un órgano de propaganda cuyo único propósito es ofrecer a personas como Julia un lugar para desplegar sus precoces talentos como apparatchik. Claramente ya le quedaba chico el rol de mera asesora:
Julia me hace acordar mucho a tipos como Rexford Tugwell, miembro del Brain Trust de Franklin Roosevelt y una de las mentes detrás del New Deal, que en 1915 escribió este poemita llamado The Dreamer teniendo apenas un par de años más que nuestra flamante Directora:
I am strong.
I am big and well made.
I bend the forces untamable;
I harness the powers irresistible,
I am sick of a nation's stenches,
I am sick of propertied czars,
I have dreamed my great dream of their passing.
I have gathered my tools and my charts;
My plans are finished and practical;
I shall roll up my sleeves—make America over.
Estas, amigos, son las palabras de un nuevo miembro de la clase gobernante listo para heredar el Poder. Este es alguien a quien el Poder le sienta naturalmente, como una especie de mandato o — si se me permite — Derecho Divino. Sabe que el Poder es su destino porque para el Poder fue llamado.
Y es que Tugwell, como Julia, formó parte de una larga tradición anglosajona que, como buena provincia imperial, hemos sabido importar. Hablamos de una especie de vieja clase sacerdotal, guardiana del Gran Estado, herramienta por excelencia de la reforma y el progreso. Quizás por eso se frustró cuando, tras anunciar su primer gran paso en la que seguramente será una larga trayectoria de esquivarle al sector privado, no fue recibida con la reverencia que merece.
Por eso, imagino yo, publicó esta carta. Vamos a analizarla brevemente.
Julia dice que empezó a involucrarse en política “desde muy chica”, que en pocas palabras significa, al menos en su mente, que se formó para ejercer el Poder. Fue líder del centro de estudiantes, y empezó a trabajar para el Estado — al cual dice conocer, comprender y defender “fervientemente” como su hábitat natural — apenas terminó la secundaria. No tengo dudas de que su entrada al Estado fue similar a la de alguien entrando a su propia casa.
Por cierto, estuve intentando averiguar qué hacen sus padres pero no encontré nada. Igual, ojo, no es que estoy dudando del talento innato de Julia. Se nota que está donde tiene que estar.
Enseguida, luego de adoptar un poco el papel de víctima, saca a relucir su noblesse oblige dando a entender que, si bien se va a llevar unas 600 o 700 luquitas de nuestros impuestos todos los meses, eso sólo la va a “comprometer más con el destino del resto” — es decir, nosotros, los plebeyos que no conocen el verdadero peso de la corona.
A continuación habla del mérito, y yo realmente no entiendo a qué se refiere. Está claro que, como todo buen progresista, no cree en el mérito en el contexto de una sociedad desigual. Sin embargo, no dice nada acerca de si realmente piensa que ella merece el puesto que le asigno el mismísimo Presidente, aunque todos sabemos que sí lo piensa, por mucho que se describa a sí misma como “una persona común” y no “moralmente superior a nadie”. La humildad de los grandes.
A partir de allí la carta es una sucesión de platitudes universalistas — esa jerga del culto del Estado pronunciada en ese tono moralista al que nuestros funcionarios ya nos tienen bastante acostumbrados. Nada importante, salvo quizás que se ataja diciendo que el INJUVE “fue creado por el gobierno anterior” como si eso significara algo — o que considera que llevar a cabo tan “compleja tarea” es una “enorme responsabilidad”. Si hay algo de lo que podemos estar seguros es que no hay nada que Julia pueda hacer dentro de las prerrogativas de su cargo que pueda tener el más mínimo impacto en la vida de nadie, exceptuando tal vez la del panadero al que le vaya a comprar bizcochitos.
Julia cierra diciendo que siempre estará “abierta a críticas y comentarios” aunque en cuestión de horas deshabilitó las respuestas. Una pena, aunque quizás era mucho pedir que los súbditos tuvieran acceso directo a sus superiores naturales, y nuestra amada Directora aprendió su primera gran lección de mantener siempre entre ella y el populacho algún tipo de buffer burocrático. No tengo dudas de que escribió su descargo con cierto asquito e indignación por haber tenido que rebajarse a dar explicaciones de esa manera.
Desde este espacio le deseo a Julia una próspera carrera como empleada pública. No se me ocurre persona más hecha a medida para el Estado argentino.