Nunca no es un buen momento para fantasear un poco con la erradicación de la delincuencia — algo que, lejos de ser imposible, es perfectamente alcanzable. Ya lo hemos experimentado en el país, y si no me creés preguntale a tu abuelo.
Ante todo, la inseguridad es una decisión política. Dicho de otra forma, el hecho de que no puedas caminar de noche o tengas que dar un par de vueltas a la manzana antes de entrar con tu auto al garage por miedo a una posible entradera existe porque el gobierno quiere.
Esto no se trata de aumentar el presupuesto en educación, planes sociales, observatorios o demás cuestiones que supuestamente tienen como objetivo atacar las “primeras causas” de la delincuencia. Ese es un mito progresista; un cuento cuyo propósito real es justificar la proliferación indiscriminada de burócratas. Como según estos últimos cualquier forma de acción directa es atacar el síntoma y no la enfermedad — y por lo tanto no sirve para nada — tenemos que sentarnos a esperar mientras los “expertos” construyen la utopía igualitaria que termine con todos nuestros padecimientos. Muchos inocentes van a morir en el proceso, pero plantaremos árboles en su nombre en la Nueva Jerusalén.
Por supuesto, no le podemos poner plazos a semejante obra. Del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo el Padre. Sólo podemos cerrar la boca, abrir nuestros corazones (bolsillos) y ser pacientes — e incluso, por qué no, reflexionar acerca de cómo nosotros también somos parte del problema por ser cómplices de la desigualdad.
Mientras tanto, la delincuencia no para de crecer, pero hay que estar tranquilos. Se supone que a medida que aumenten las contradicciones internas de este sistema injusto, sobrevendrán más y más calamidades. Eso significa que vamos bien y que hay que redoblar la apuesta.
¿Nena baleada en la nuca en un robo? Gloria a Rawls. Señales celestiales de que el Paraíso está a la vuelta de la esquina. Y pensar que algunos quieren cerrar el CONICET.
Ahora bien, si con un poco de voluntad política esto se termina hoy mismo, ¿por qué no se hace? Está claro que la población apoyaría la acción directa, y también está claro que Javier Milei y su política de “el que las hace las paga” van por el mismo camino.
Repito, entonces — ¿por qué no se pone en marcha un Plan de Control Territorial, a la Bukele? ¿porque Myriam Bregman no consiente?
Primero, porque como ya lo expresó @sashapak_ en una reciente nota,
“Realizar grandes obras y reformas, cumpliendo el due diligence impuesto por el coloso de normativas y regulaciones, obtener las firmas y verificaciones, lidiar con amparos y observaciones y un sinfín de peripecias causadas por el exceso de burocracia y judicialización de la política, parece francamente imposible.”
En resumen, el sistema de toma de decisiones en nuestro país está roto, atenta contra todo intento de ejercer acción directa sobre cualquier problema de manera eficiente y oportuna — incluyendo por supuesto la inseguridad.
Se pueden instalar cámaras de seguridad, contratar más policías, comprar más móviles, abrir más oficinas, e implementar todo tipo de medidas tangenciales que brinden una apariencia de que se está haciendo algo, pero salirse un milímetro del limitadísimo campo de acción permitido no sólo es casi imposible, sino que implica ligarse el reto de los organismos de Derechos Humanos.
Este es nuestro segundo problema, porque nuestra clase política está enamorada de la Comunidad Internacional. Nadie gobierna para los argentinos — como el propio Nayib Bukele o Lee Kuan Yew con sus respectivos pueblos — sino para el exterior. Todos quieren pertenecer, ser invitados a prestigiosos eventos, o ganar el Global Citizen Award. Como esto requiere ir directamente en contra de los intereses de los habitantes de la nación, nuestros gobernantes son recompensados de manera proporcional a cuánto descienda el país en la escalera al infierno de Caracas o Mogadishu. Michelle Obama no cena con gente que aparece en la lista negra de Human Rights Watch, pero es flexible con la tasa de homicidios.
Y eso sin mencionar el sector de la política que directamente representa a los delincuentes y sus familias y vela por sus intereses.
El tema, en resumen, es que los intereses de la clase política y los nuestros no están alineados, y aunque lo estuvieran no hay demasiado que puedan hacer porque el propio sistema tiene anticuerpos para combatir toda reforma orientada a la acción directa. La única solución sería que los intereses de la “casta” cambien, porque si algo nos quedó de 2020 es que cuando ellos quieren las cosas se hacen.
Pero suponiendo este realineamiento milagroso, ¿cómo se puede combatir efectivamente la delincuencia? Yo no estoy calificado para brindar soluciones definitivas, pero creo tener el suficiente sentido común para bajar de un plumazo tres cuartas partes del problema, siendo bastante conservador. Aclaro que esto debe ocurrir en un contexto de estado de excepción, y no puede hacerse sin ir de alguna forma contra la absurda doctrina de los Derechos Humanos:
Como la enorme mayoría de las ciudades argentinas son atormentadas por no más de algunas docenas de delincuentes que la policía conoce, hay que ir a buscarlos y encerrarlos, aun siendo menores de edad.
Para casos excepcionales como Rosario o las grandes villas, mismo proceso, pero intervención federal mediante.
Deportar a todos los inmigrantes con antecedentes penales.
Lo que se haga con los prisioneros se verá caso por caso, con todo el tiempo del mundo. Los asesinos o reincidentes múltiples pueden ser encerrados de por vida; otros recibirán penas menores, siempre y cuando sean considerados aptos para caminar eventualmente entre los ciudadanos de bien; otros pueden tener segundas oportunidades bajo ciertas condiciones.
Se puede pensar incluso en todo un reboot del sistema penal. No hay problema. Tómense el tiempo que quieran — pero con los chorros adentro.
¿Por qué no? ¿Porque es inmoral? Ciudadanos honestos son ejecutados a diario tras juicios sumarios de sociópatas y faloperos. ¿Quién va a protestar — Claudia Cesaroni? ¿A quién carajo le importa? Que grite como una chancha, si se va a quejar toda la vida. Que lluevan las denuncias de Amnesty International. Esto se trata de recuperar el país para los argentinos de bien, y la salida es antipática, le pese a quien le pese.
Lo que señalas de la inseguridad como una política de estado me parece fundamental, crear un ambiente anárquico es indispensable para justificar el control sobre cada uno de nuestros movimientos: desde cámaras de seguridad en cada esquina hasta registros de datos biométricos. La visión tecnico-cientifica de la izquierda no puede proponer más que soluciones cuantitativas, superficiales; para ellos la delincuencia no se erradica con una restauración moral, se cura aumentando el presupuesto, poniendo más cámaras y más policías.
No hay duda de que una acción efectiva del poder en el marco de un estado de excepción es urgente y totalmente necesaria, pero eso solo puede ser el comienzo de algo más grande, de una auténtica restauración moral de nuestra patria. Hay que comenzar a contemplar soluciones que hoy parecen casi invisibles hasta para los conservadores; muchos delincuentes simplemente disfrutan de estar encerrados en la cárcel porque no tienen nada mejor que hacer afuera, ahí encuentran un techo y comida gratis (y en nuestro caso pueden hasta boludear con el celular) ¿No podemos volver a pensar en castigos físicos? En algunos casos llega a ser un mejor remedio. ¿Y como quieren acabar con la delincuencia si no atacamos el principal foco en que se genera? Las villas tienen que desaparecer, claro está que no podemos dejar a nadie a la deriva, pero tampoco podemos parchear el problema hablando de "urbanizacion", hay que sacar a la gente de ese ambiente enfermizo y decadente, eso no se arregla solo haciendo edificios y calles de colores. ¿Y la "cultura popular" de la marginalidad exportada de los EE UU? La desaparición de la delincuencia, de las villas y de la marginalidad tiene que estar acompañado de un cambio cultural. Las cárceles no se tienen que ocupar solo de castigar, y no estoy hablando del típico discurso rehabilitador progresista porque no es una cuestión de "educacion" y alfabetización, si queremos que cambien tenemos que ofrecerles algo más que un libro y un trabajo en la fábrica, no cambian para agradar al estado ni para ser "buenos ciudadanos", eso no motiva a nadie, pero cuando hablamos de algo que los trasciende, de virtud, de Dios, es algo muy distinto.
La idea no es solucionar el problema, sino hacerlo rentable.